Texto y fotografías: Diario LA RUTA
Un reportaje sobre el cementerio de Tulcán, su simbología y
distintivos sociales.
El
cementerio y sus expresiones de vida.
La
declaración el 28 de mayo de 1984 de las esculturas en verde del
cementerio de Tulcán como “Bien perteneciente al patrimonio
cultural del Estado” es apenas un elemento más que construye una
singular forma de rendir homenaje a los muertos. Y es que cada
lápida, bóveda guarda una simbología particular, propia de la vida
de quien allí yace.
Recrear las lapidas con fotos, firmas, gustos, es una forma de cambiarle el sentido al lugar |
Así
se puede encontrar la representación de un accidente aéreo, que no
es más que la forma de cómo murió un piloto del ejército
ecuatoriano al chocarse con una cordillera. También existe una
bóveda con los colores y escudo de Barcelona y dos picaflores sobre
la cabeza de quien fue su apasionado hincha.
A
la hora de adornar cada tumba, la familia se esmera por reconstruir
gustos, preferencias y hasta de cómo fue la muerte de cada uno. Esto
tal vez como un medio para superar el dolor o para recordar que la
muerte fue trágica por lo que no es de humanos olvidarla.
Cada
persona tiene una particular forma de darle sentido de vida a ese
lugar que guarda un muerto. La ornamenta va desde fotografías
familiares, individuales o formando la cadena de crecimiento: niñez,
adolescencia, juventud y adultez. Y para personificar aun más no
falta el grabado de la firma o rúbrica del difunto sobre su propia
lápida. O si fue niño, se encuentra dibujado un trompo, canicas,
una mochila o su caricatura favorita.
Está
también el que sería objeto de su muerte o el lugar donde murió:
un taxi, un camión, una piscina, un arma de fuego, un cuchillo,
elementos que no solo forman al acto de morirse sino que a la vez
reestructuran el dolor, propio de la religión católica donde lo que
nos causa llanto y pena debe ser exhibido para a le vez ser
exorcizado.
Está
la citación de párrafos completos de la biblia que se repiten en
una y en otra lápida, las poesías desde hijos, padres. Entre ellas
una muy particular por dar muestras que fue escrita por sí mismos
“ni la muerte pudo separarnos”, que corresponde a dos esposos que
murieron en un accidente de tránsito después de tres días de
haber contraído matrimonio.
Están
las lápidas con alusiones al partido político que perteneció el
ahora difunto, “socialismo y revolución donde quiera que estemos”
y sobre la oración una gran estrella roja adornado el blanco mármol.
No
podían faltar las grandes réplicas de iglesias con todos lo
elementos a su haber, los santos, el campanario, las cruces, los
vidrios de colores y en la parte más visible la fotografía de quien
yace es ese lugar. O las aparentes “casas” con capacidad de hasta
doce nichos de “uso particularmente familiar”, donde el propósito
es “permanecer en compañía después del fin de los días”; es
el sentido gregario del ser humano.
El otro
entierro
Pero
también está el otro “lado de la muerte” ese que no hace
alusión a nada más que al mismo nombre del muerto. Donde la maleza
ha tapado las cruces de madera vieja, donde los nombres no están en
letras de cobre o grabadas en mármol sino escritas con pintura y
brocha o tinta de esfero. Donde las flores artificiales han perdido
su color, y donde cada espacio es de quien lo necesite más no del
propietario.
Es
el mismo cementerio pero con una gran diferencia social que muestra
la otra cara del “Bien perteneciente al patrimonio cultural del
Estado”. Ahí se entierran a desconocidos, a mendigos, y creo es el
ejemplo más real de lo que significa la muerte en soledad. Ahí solo
hubo tiempo para morirse más no para reconstruir desde los adornos
su vida misma.
Sí,
aquí también está definido por categorías, por capacidad
adquisitiva. Y es que alrededor
de la muerte es donde más se muestra la condición económica, donde
más afloran las diferencias.
Este cementerio, que seguramente no dista
de otros de América Latina, conserva para si una gran cantidad de
símbolos propios de la vida y de la muerte, son ellos los que
enriquecen el lugar y su entorno, pues así se refleja la conducta y
la composición cultural en un cementerio que resulta más profundo
al mirarlo con detenimiento.
DR/h
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