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martes, 26 de octubre de 2010

LOS RITUALES DE LA MUERTE Y LA RECREACIÓN DEL DOLOR

Texto y fotografías: Diario LA RUTA 
Un reportaje sobre el cementerio de Tulcán, su simbología y distintivos sociales. 
  El cementerio y sus expresiones de vida.

La declaración el 28 de mayo de 1984 de las esculturas en verde del cementerio de Tulcán como “Bien perteneciente al patrimonio cultural del Estado” es apenas un elemento más que construye una singular forma de rendir homenaje a los muertos. Y es que cada lápida, bóveda guarda una simbología particular, propia de la vida de quien allí yace.
 
Recrear las lapidas con fotos, firmas, gustos, es una forma de cambiarle el sentido al lugar

Así se puede encontrar la representación de un accidente aéreo, que no es más que la forma de cómo murió un piloto del ejército ecuatoriano al chocarse con una cordillera. También existe una bóveda con los colores y escudo de Barcelona y dos picaflores sobre la cabeza de quien fue su apasionado hincha.

A la hora de adornar cada tumba, la familia se esmera por reconstruir gustos, preferencias y hasta de cómo fue la muerte de cada uno. Esto tal vez como un medio para superar el dolor o para recordar que la muerte fue trágica por lo que no es de humanos olvidarla.

Cada persona tiene una particular forma de darle sentido de vida a ese lugar que guarda un muerto. La ornamenta va desde fotografías familiares, individuales o formando la cadena de crecimiento: niñez, adolescencia, juventud y adultez. Y para personificar aun más no falta el grabado de la firma o rúbrica del difunto sobre su propia lápida. O si fue niño, se encuentra dibujado un trompo, canicas, una mochila o su caricatura favorita.

Está también el que sería objeto de su muerte o el lugar donde murió: un taxi, un camión, una piscina, un arma de fuego, un cuchillo, elementos que no solo forman al acto de morirse sino que a la vez reestructuran el dolor, propio de la religión católica donde lo que nos causa llanto y pena debe ser exhibido para a le vez ser exorcizado.

Está la citación de párrafos completos de la biblia que se repiten en una y en otra lápida, las poesías desde hijos, padres. Entre ellas una muy particular por dar muestras que fue escrita por sí mismos “ni la muerte pudo separarnos”, que corresponde a dos esposos que murieron en un accidente de tránsito después de tres días de haber contraído matrimonio.

Están las lápidas con alusiones al partido político que perteneció el ahora difunto, “socialismo y revolución donde quiera que estemos” y sobre la oración una gran estrella roja adornado el blanco mármol.

No podían faltar las grandes réplicas de iglesias con todos lo elementos a su haber, los santos, el campanario, las cruces, los vidrios de colores y en la parte más visible la fotografía de quien yace es ese lugar. O las aparentes “casas” con capacidad de hasta doce nichos de “uso particularmente familiar”, donde el propósito es “permanecer en compañía después del fin de los días”; es el sentido gregario del ser humano.

El otro entierro

Pero también está el otro “lado de la muerte” ese que no hace alusión a nada más que al mismo nombre del muerto. Donde la maleza ha tapado las cruces de madera vieja, donde los nombres no están en letras de cobre o grabadas en mármol sino escritas con pintura y brocha o tinta de esfero. Donde las flores artificiales han perdido su color, y donde cada espacio es de quien lo necesite más no del propietario.

Es el mismo cementerio pero con una gran diferencia social que muestra la otra cara del “Bien perteneciente al patrimonio cultural del Estado”. Ahí se entierran a desconocidos, a mendigos, y creo es el ejemplo más real de lo que significa la muerte en soledad. Ahí solo hubo tiempo para morirse más no para reconstruir desde los adornos su vida misma. 

 
Sí, aquí también está definido por categorías, por capacidad adquisitiva. Y es que alrededor de la muerte es donde más se muestra la condición económica, donde más afloran las diferencias.

Este cementerio, que seguramente no dista de otros de América Latina, conserva para si una gran cantidad de símbolos propios de la vida y de la muerte, son ellos los que enriquecen el lugar y su entorno, pues así se refleja la conducta y la composición cultural en un cementerio que resulta más profundo al mirarlo con detenimiento. 
DR/h 

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