Edmundo y
Paztoriza encontraron en el barro una forma de moldear su vida
Briseño
Inbacuan, su abuelo, fue de quien aprendió a encontrar restos de la
Cultura Pasto y a replicar sus figuras. Su abuelo dice tenía un
método muy particular de búsqueda, escavaba donde se hundían las
patas de los bueyes al momento de trabajar en el arado. En ese
entonces Edmundo tenía 5 años y apenas se encargaba de observar
todo lo que extraían y de acompañarlos. Suficiente para aprender,
dice.
Con
la muerte de su abuelo su trabajo se centró en acompañar a su
padre, es allí donde empieza a hacer sus primeras réplicas,
terminando “piezas” que dejaba por ser inservibles, “crudas”.
“Las tomaba, las humedecía y las pintaba con los mismos minerales
que encontrábamos en las excavaciones y luego a modo de juego las
ponía dentro de un horno de leña para que se cocinen”.
Trabajó
en la terminación de los trabajos que por siglos permanecieron
ocultos en la tierra. Esto fue en el 62, cuando tenía ya 10 años.
Ahora
con sus 60 años, vive con doña Pastoriza quien perfecciona el
trabajo de cada réplica. Ella moldea, horma las figuras, les da un
baño de brillo con los mismos elementos encontrados en las tumbas de
los pastos; mientras que él delicadamente las pinta copiando el
dibujo de un cuaderno donde se plasman más de 300 gráficos
desconocidos que ha ido sumando en casi 800 excavaciones.
Así
como conserva los minerales auténticos que le sirven para dar color,
forma o brillo, también guarda apilonados, junto al horno de llena
donde quema las piezas que por pedido fabrica para distintas
personas de la provincia, un sin número de moldes auténticos
para botijuelas, tamaños de platos, ollas, con una calma que elimina
la gran fortuna que conserva.
Maneja
desde años atrás, por no decir desde que empezó, la técnica del
color con una destreza sorprendente, que como asegura sin ningún
recelo, ni misterio la compartió con reconocidos replicadores de la
Provincia y de Colombia, a quienes les enseñó a moldear el barro, a
mezclar los elementos, a dar con determinados colores. Asegura a ver
ido a sus casas a compartir sus conocimientos, haber hecho réplicas
que ellos compraban para venderlas en otros sitios como propias.
Afirma
que en un recorrido con uno de sus dos hijos por el museo del Banco
Central de la Ciudad de Quito hace algunos años, encontró varios de
sus trabajos en exhibición, que hasta hoy no sabe cómo llegaron
allí. Y es que en los casi 50 años de oficio es incalculable la
cantidad de piezas con terminados muy, pero muy cercanos al original,
que ha fabricado y distribuido por el mundo.
Digo
mundo porque cada sábado en Otavalo más exactamente en la Plaza de
los Ponchos sobre una estera de dos metros doña Pastoriza pone a la
venta los trabajos de la semana. “Se los llevan para Italia, Perú,
EEUU, Canadá, los prefieren por la combinación de hasta tres
colores, dicen que nuestro trabajo es muy bueno”.
En
Carchi son muy poco conocidos, no sabríamos decir por qué. Sin
embargo a su casa ubicada en Chitan de Navarretes del cantón
Montúfar llegan a visitarlos turistas de África, de España, de
universidades ecuatorianas, colombianas con el único fin de conocer
la técnica de sus trabajos. Sí que es extraño o no tanto, que se
desconozca de ellos, de él que ha dedicado mucho tiempo a este
oficio; que se desconozca sus artesanías dentro de la misma
provincia, que no se de difusión desde los estamentos culturales o
municipales y se deje estancada la “cultura”,la “identidad”
pese a la latente necesidad de conservarla.
“Hoy
soy, mañana no soy”
Las
puertas están abiertas como parte de un espectáculo impresionante
de la Cultura Pasto, como un ejercicio de reconocimiento de su
trabajo e identidad.
No
es “egoísta”. Don Edmundo Imbacuan intentó enseñar su trabajo
a niños, adultos, para que como él dice, no “morir con
secretos”, invitó a estudiantes, profesores, a que aprendan, a
que acepten su enseñanza sin ningún costo. Extrañamente los
adultos dijeron que de ningún modo los niños “debían ensuciarse
las manos con barro” cuando bien podrían dedicarse a hacer
deporte.
No
vencido, don Edmundo prometió pagar algo a los niños para que las
tardes vayan ver y ojala así “cojan” gusto por trabajar el barro
replicando las muestras de la cultura pasto, pero tampoco se pudo,
los niños nunca fueron porque según los padres eso no da de comer,
no es un trabajo rentable peor aun importante.
Ante
esto decidió jamás cerrar sus puertas y contar sus secretos a
quien quiera saberlos tal y como lo hizo siempre, aunque los
beneficios se lleven otros. Y así es, las puertas de su casa donde
ahora quiere instalar un museo de piezas originales, réplicas, y
además poder vender todo tipo de vajillas en barro, están abiertas como parte de un
espectáculo impresionante de la Cultura Pasto, como un ejercicio de
reconocimiento de su trabajo e identidad.
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MI CARCHI CUANTO LO EXTRAÑO. UN SALUDO DESDE ESPAÑA
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