A
propósito de las protestas en Egipto que exigen la renuncia del
presidente Mubarak
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JAVIER
VALENZUELA 01/02/2011
El
Faraón está muerto, políticamente muerto. Lo que vemos es su
momia. ¿Cuánto tiempo seguirá caminado por inercia este cadáver
embalsamado? ¿Horas, días, semanas? La respuesta la tienen sus
soldados, ellos decidirán cuándo y cómo sellar el ataúd. Depende
de la dimensión de las protestas egipcias de hoy, del tiempo que los
uniformados tarden en encontrar una fórmula institucional y política
para la transición y del momento en que llegue la luz verde de
Washington. Una salida razonable sería un gobierno provisional
presidido por El Baradei, un premio Nobel con prestigio y
credibilidad dentro y fuera de su país, que, tras el abandono del
poder de Mubarak, integrara a las principales fuerzas políticas del
Valle del Nilo.
Entretanto,
la gente se va retratando. El Israel oficial y mayoritario, qué
bochorno, prefiriendo la dictadura a la democracia en su vecindad
árabe. Salva el honor de Israel, el editorial de la edición de hoy
de Haaretz instando a Netanyahu y a sus compatriotas a abandonar una
visión que se derrumba a ojos vista, la de que "el mal menor"
para Israel es que el mundo árabe esté gobernado por "tiranos".
Israel, que se ha jactado durante décadas de ser la única
democracia en ese rincón del mundo, va a tener que ir aprendiendo a
negociar con gobiernos árabes surgidos de las urnas.
Merece
felicitaciones, en cambio, la actitud de claro apoyo a los
combatientes demócratas egipcios de la Turquía gobernada por
Erdogan. He aquí un país de religión mayoritariamente musulmana
que va construyendo desde hace unos cuantos años una democracia
deseosa de insertarse en Europa. Un país gobernado por los
islamistas del AKP, para los que los medios y los politólogos hemos
inventado el calificativo de "moderados", quepuede servir
de modelo para toda la ribera meridional y oriental del Mediterráneo.
De hecho, gente como el tunecino Ganuchi, recién regresado a su
patria, lo menciona estos días como su principal referencia,
rechazando de paso el modelo del Irán de los ayatolás.
Es
posible que, en una primera fase, partidos confesionales democráticos
semejantes a lo que fueron, y aún son, las democracias cristianas
europeas tengan un importante protagonismo en la marcha hacia la
libertad de los países árabes.
En
todo caso, otros que han sido desenmascarados por su reacción a la
revolución democrática árabe son aquellos occidentales que
intentan asustarnos con la posibilidad de que, llegada la libertad al
Valle del Nilo, los Hermanos Musulmanes ganaran las elecciones.
Además de que eso está por ver, se trata del mismo argumento de
aquellos reaccionarios de Washington que, en la Guerra Fría,
justificaban su apoyo a dictaduras militares latinoamericanas -y a
las de Portugal y España- por la posibilidad de que la izquierda
socialista o comunista ganara unas elecciones libres. El argumento no
debería ser de recibo para ningún demócrata.
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