De: Mario Amorós en Público
Capsula Fénix (I, II, III) fabricada por la NASA |
Más de 500 medios de
comunicación nacionales e internacionales están acreditados para
informar sobre el rescate de los 33 trabajadores sepultados a 624
metros en la mina San José, cerca de Copiapó, en el Norte Chico
chileno. Televisiones, radios y periódicos de todo el planeta abren
sus principales espacios a la singular odisea de estos obreros, a la
conmovedora espera de sus familiares, que anhelan volver a abrazarles
tras más de dos meses atrapados en esa tierra en la que buscaban
cobre y oro para conquistar su sustento. El Gobierno de Sebastián
Piñera no ha escatimado esfuerzos y el sábado la imponente
perforadora T-130 del Plan B llegó hasta el refugio donde se cobijan
desde el 5 de agosto. Los trabajos avanzan a buen ritmo para que por
fin mañana se ponga en marcha el dispositivo que les devolverá a la
superficie, unas imágenes que conmoverán profundamente a Chile en
el año en que un terrible seísmo devastó sus regiones
meridionales.
Pero también asoma en el
horizonte el riesgo de que su indudable hazaña se convierta en un
circo mediático, usufructuado por el Gobierno y en particular por
Piñera, quien con tal de ser testigo –y protagonista– de esas
horas estaba dispuesto incluso a retrasar una importante gira por
Europa planificada desde hace meses para los días 16 y 17 de
octubre. Porque después de una exhaustiva atención médica y del
emotivo reencuentro con sus familias en el “Campamento Esperanza”,
los 33 trabajadores se pasearán por estudios de televisión, por las
páginas de la prensa nacional e internacional, serán el centro de
varias películas, libros y documentales que ya se preparan. Incluso
el Gobierno va a condecorarles como los “héroes del Bicentenario”
puesto que, según Piñera, “la epopeya de los mineros ha iluminado
el alma de nuestro país y fortalecido el espíritu de los chilenos”.
Mientras tanto, los 300 trabajadores que escaparon al derrumbamiento
se están movilizando, en medio de la más absoluta indiferencia de
las autoridades y la prensa, para reclamar a los propietarios de la
mina San José el pago de sus salarios atrasados con la irónica
consigna: “¡Para tu show Piñera, 300 estamos afuera!”.
Excluido de los
deslumbrantes focos y de los ampulosos discursos oficiales puede
quedar el aspecto determinante de esta historia: las lacerantes
condiciones de inseguridad, precariedad y sobreexplotación en que
miles de personas trabajan en Chile, un país ensalzado como un
ejemplo en el contexto latinoamericano, pero donde aún subsisten las
leyes laborales de la dictadura militar, que dificultan –entre
otros– los derechos de huelga y negociación colectiva.
Precisamente, el 1 de octubre la dirección de la Central Unitaria de
Trabajadores entregó a Piñera su Agenda Social y Laboral, que
subraya que “la desigual distribución del ingreso continúa siendo
una característica fundamental de la sociedad chilena, a pesar del
crecimiento económico”. Este documento revela la precariedad que
marca las relaciones de producción en Chile: los asalariados sin
contrato son un 23%, mientras que llegan a un 40% los que no cotizan
a la Seguridad Social. “El mercado de trabajo –sostiene la mayor
confederación sindical– continúa siendo la fuente de mayor
desigualdad… Es urgente abordar con decisión el tema laboral
largamente postergado en nuestro país y poner el trabajo en el
centro de la vida de la sociedad”.
Este es el desafío al
que el heroísmo de estos 33 mineros puede contribuir con su
inminente protagonismo en los grandes medios de comunicación. De
este modo honrarían la memoria de quienes antes que ellos horadaron
el subsuelo de Chile, ya que la historia de su movimiento obrero y
popular no puede entenderse sin el protagonismo de los trabajadores
de la minería del salitre, del carbón y del cobre. Fueron los
obreros de la pampa salitrera quienes, acompañados por Luis Emilio
Recabarren, fundaron en junio de 1912 el Partido Obrero Socialista,
antecedente inmediato del Partido Comunista. Fueron los mineros del
carbón quienes, en el otoño de 1960, protagonizaron la emblemática
huelga de 96 días en la cuenca de Arauco que culminó con la marcha
hacia Concepción. Y la mayor parte de los trabajadores del cobre
acompañó al Gobierno de Salvador Allende en la histórica
nacionalización de esta riqueza natural en 1971 y fueron ellos
también de los primeros en protagonizar movilizaciones contra la
dictadura militar a partir de 1978.
Estos 33 trabajadores
quedaron sepultados el 5 de agosto a consecuencia de unas condiciones
de trabajo desprovistas de garantías y derechos en el marco de una
economía neoliberal, así como de la voracidad de los propietarios
de una mina con un oscuro historial de accidentes que no han tenido
más remedio que admitir su responsabilidad. Si los planes se
cumplen, a partir de mañana verán la luz del sol en el desierto de
Atacama, recibirán los cuidados que merecen y el afecto de sus
familiares, el reconocimiento local y universal ante su ejemplar
comportamiento en tan dramáticas circunstancias. Serán agasajados
como héroes en los aristocráticos salones de La Moneda y en los
programas de “interés social” de las televisiones, ocuparán
extensos reportajes en los diarios más importantes, tendrán, en
definitiva, un protagonismo que jamás imaginaron. Como hicieron los
mineros mexicanos que de manera magistral retratara el director
Herbert J. Biberman en La sal de la tierra, en su mano estará
mostrar orgullosamente, e incluso defender, su dignidad como
trabajadores y forjar la unidad con sus hermanos de clase para
transformar un modelo económico y social que condena a los más
humildes a arriesgar la vida en sus puestos de trabajo.
Mario Amorós es
doctor en Historia y periodista
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